sábado, 2 de junio de 2012

La dignidad humana del trabajador




Si dejáramos a la empresa que la dirijan sus activos inmobiliarios, tecnológicos, financieros, comerciales, etc., por un sólo día,… la empresa se pararía. ¿Qué valen esos activos sin las personas? Nada, la empresa cerraría. En cambio, son activos altamente “valorados”. El entrecomillado es con intención. ¡Qué sería de una empresa si no contará con ellos! Se suele decir, que estaría “descapitalizada”. 


En cambio, hay que ver lo difícil que lo tenemos, y así ha sido en la historia de la empresa moderna, los que pensamos que la gestión de personas es clave, es fundamental, es la ventaja competitiva que diferencia a una empresa perdedora de una empresa triunfadora. Son sus personas, sus trabajadores lo que explica la diferencia. ¿Qué sería de esa empresa sin la presencia de las personas? Resulta complicado defender que la gestión del capital humano es la que realmente hace relevante a una empresa, y por tanto, rentable social y económicamente.

Con estas premisas no es de extrañar que todo lo relacionado con los recursos humanos de una empresa hasta hace pocos años haya tenido una consideración menos relevante que otras áreas funcionales.

Con esta reflexión inicial quiero acercarme al concepto de la dignidad humana del trabajador, que viene a ser el hilo conductor de la Doctrina Social de la Iglesia. Esa gran desconocida, pero que encierra magníficas enseñanzas, que en los momentos actuales, llenos de incertidumbre, son más necesarias que nunca.

Se nos dice que:
Puesto que las decisiones empresariales producen múltiples efectos conjuntos de gran relevancia no sólo económica, sino también social, el ejercicio de las responsabilidades empresariales y directivas exige, además de un esfuerzo continuo de actualización específica, una constante reflexión sobre los valores morales que deben guiar las opciones personales de quien está investido de tales funciones”. 

Es decir, la función empresarial exige un esfuerzo continuo en lo técnico pero se le demanda también la aplicación de unos valores morales que guíen las decisiones a tomar.

Por otra parte, se pone el dedo sobre la llaga:
Los empresarios y los dirigentes no pueden tener en cuenta exclusivamente el objetivo económico de la empresa, los criterios de la eficiencia económica, las exigencias del cuidado del capital como conjunto de medios de producción:" 
y se añade un aspecto clave:
 el respeto concreto de la dignidad humana de los trabajadores que laboran en la empresa, es también su deber preciso.

También se nos dice algo que comentaba en un post anterior: “Las personas constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, el factor decisivo de la producción.”  No resisto a un comentario obligado. Decir frases como la anterior, u otras más académicas pero que vienen a decir lo mismo, como por ejemplo, que “el capital humano es el principal activo de la empresa” reconozco que suelen provocar en mis alumnos preguntas que ponen claramente en duda la veracidad de tales afirmaciones, dado que determinados comportamientos de responsables empresariales distan de las exigencias técnicas y morales que indicábamos antes.

Con estas premisas, es preciso tener en cuenta que la actividad laboral constituye un punto esencial para poder llevar a cabo los proyectos profesionales, pero también los personales. En la idea de dignidad humana late la necesidad de reconocer, respetar y proteger que la persona pueda desarrollar sus propios planes de vida en los que ocupa un lugar central la actividad laboral.

Bajo esta perspectiva la forma por la que debemos hacer frente a un complejo y cambiante mundo del trabajo se sustenta bajo dos enfoques complementarios en el respeto de la dignidad humana del trabajador: por una parte, los trabajadores son personas que están dotadas de su propia individualidad, cuentan con valores concretos y determinados y tienen una vida personal al margen del trabajo; por otra parte, los trabajadores son fuente de recursos, con las capacidades, competencias, habilidades y conocimientos técnicos necesarios para desarrollar la actividad empresarial.

Resultan sorprendentes palabras como las que decía Juan Pablo II en la Encíclica Centesimus Annus:
“...hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como la de instruir y satisfacer las necesidades de los demás”.
Sin duda, palabras plenamente actuales, aunque fueron escritas en 1991.

Con todo, concluyo este comentario sobre la dignidad humana del trabajador, trayendo a colación el conflicto ético que la reforma laboral de 2012 está generando en muchos empresarios y dirigentes, en el sentido de conjugar adecuadamente el objetivo económico de la empresa con la necesaria salvaguarda de la dignidad humana del trabajador, cuestión que nos hace valorar el conflicto desde otra perspectiva: el bien común.

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