domingo, 4 de noviembre de 2018

La globalización de la sociedad




“La economía es la estructuración del sentido común en lo referente al comportamiento de las personas en la esfera de la producción, el intercambio, la distribución y el consumo”
Joseph A. Schumpeter


La empresa se adapta al entorno como el pez al agua. Eso lo hemos escuchado hasta la saciedad desde múltiples ámbitos. La necesidad de adaptación después de décadas no sólo no ha cambiando sino que es aún más necesaria, y no apunta a que vaya a cambiar, sino todo lo contrario. Es un concepto básico en la Teoría Económica que ha permitido que se convierta en un proceso que ha superado fronteras: la globalización. En cambio no es extraño escuchar de forma reiterada que la globalización es la causa de muchos de los males que hacen tambalear a las economías nacionales, y por tanto, a sus ciudadanos ¿Porqué esta duda? ¿Acaso la globalización es mala, ha sido mala, o será mala?

En todo caso, lo que no se puede negar es que la globalización ha favorecido y estimulado la productividad y el crecimiento de las economías, y, por ello, ha servido para reducir la pobreza, pues el crecimiento genera riqueza, la base del bienestar. Otra cuestión es si ésta riqueza se ha repartido de forma adecuada y justa. Antes de que se iniciara la gran crisis de 2007, el mundo avanzaba a la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio fijados por la ONU en el año 2000, que nada menos planteaba reducir la pobreza a la mitad en 2015. El crecimiento económico, y por tanto la globalización, daba pues sus frutos. La crisis impidió cumplirlo y el retroceso fue notable, no por la globalización, sino por la crisis.

En cambio, la ciudadanía en general mira con desconfianza hacia la globalización, y la persistencia y el agravamiento de la desigualdad por los efectos de las crisis económicas sufridas favorece que el análisis de este controvertido y complejo concepto se politice y se contemple desde enfoques parciales. Ciertamente, la globalización es un proceso muy complejo y poco uniforme que produce resultados contradictorios, lo que resulta que en un intenso diálogo entre sus defensores y detractores,  cada grupo perciba la realidad a su manera. Efectivamente, al igual que un sector económico o una nación concreta, la globalización tiene un carácter no uniforme lo que implica que coexisten zonas de crecimiento y recesión, de estabilidad e inestabilidad, de riqueza y pobreza, y que sus diferencias pueden agudizarse, con las consecuencias negativas sobre el agrandamiento de las brechas de la desigualdad. 

Con el comercio electrónico, del que se benefician los ciudadanos al adquirir a menor precio (aunque en detrimento de las economías locales), y la internacionalización de la producción, se permite una mayor flexibilidad y se favorecen mejores resultados, pero también demanda y exige nuevas maneras de tomar decisiones y gestionar las empresas. La revolución de las nuevas tecnologías han facilitado la descentralización de la gestión empresarial sin sacrificar su eficiencia. Esto es innegable, se trata de un proceso que no se puede limitar. Es un nuevo paradigma para la economía que pasará a entenderse en claves de economía mundial.

Desde esta perspectiva, la globalización es imparable y la mejora de la productividad su consecuencia inmediata. La progresiva generalización de la economía del conocimiento no se vislumbra como un proceso con fecha de caducidad, sino todo lo contrario. Avanzamos de forma inexorable hacia la globalización de la sociedad a través de un nuevo paradigma basado en el conocimiento, un conocimiento socializado, accesible a todos. Esta será la base de un crecimiento económico que es imprescindible para generar la riqueza necesaria que garantice el anhelado bienestar para los ciudadanos.

En el actual proceso de globalización económica, los elementos clave sobre los que se basa la globalización y los principios fundamentales de competitividad de cualquier nación serían los siguientes:
  • La tecnología: la inversión en innovación tanto en infraestructuras como en modelos de trabajo son el motor de la competitividad. En esta sociedad globalizada si no se avanza y se mejora constantemente en todos los aspectos (productos, procesos, servicios, etc), se estanca y el resultado final es el empobrecimiento de la sociedad. El conformarse con que las cosas vayan bien es el desencadenante del fracaso a día de hoy. Por ello, la clave pasa por la innovación y creatividad sin pausa. Un claro ejemplo es el declive de la empresa Blackberry debido a la falta de adaptación a los avances de la tecnología y a falta de visión sobre por dónde iban las demandas de los usuarios. Es pues, el caso de una empresa multinacional mundialmente reconocida que pierde su liderazgo debido a la falta de adaptación tecnológica.
  • La competitividad: es el motor de la prosperidad de un país. La competitividad se ha convertido en la gran aspiración, en el objetivo inexcusable, de toda política económica de cualquier nación que aspire a proporcionar bienestar sostenible a sus ciudadanos. La competitividad es un concepto asociado al proceso de globalización, en el que forman parte elementos tan decisivos para la economía de una nación como: la integración internacional de mercados, la exportación, la productividad, inversión, etc.). Si no existe productividad no habrá beneficios, sin beneficios no se podrán invertir en medidas sociales ni en mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de un país.
  • La sociedad del conocimiento: a día de hoy la figura del obrero que realizaba tareas muy mecánicas y repetitivas en las cuales no era necesario pensar se ha quedado obsoleta. En el siglo XXI se necesita que los trabajadores sean más polivalentes y versátiles, en los cuales los jefes puedan delegar y confiar. Para generar conocimiento un país debe de invertir en sus jóvenes, concretamente en su educación. De este modo, el país podrá contar con una mano de obra capacitada y competente en la cual confiar a la hora de ceder el relevo en un futuro próximo.
No se trata pues de la globalización de la economía, que es ya una realidad, aunque imperfecta, sino que en el fondo lo que estamos es asistiendo a todo un proceso de globalización de la sociedad, basado en el cambio de paradigmas: las nuevas tecnologías, accesibles a todos, que facilitan el comercio y cambian la manera de comunicarse; la sociedad del conocimiento, sin barreras de acceso gracias a la socialización favorecida por Internet y las nuevas tecnologías; la crisis de la soberanía basada en el Estado-Nación y la apuesta por las integraciones políticas (Unión Europea), la regulación del mercado mundial basado en normas éticas que limiten los excesos del capitalismo; la implantación de mecanismos compensadores basado en un reparto de la riqueza que facilite y acelere la supresión de la pobreza. La globalización de la economía dará paso a la globalización de la sociedad.