En tiempos de crisis por tantas circunstancias, España necesita auctoritas.
Los vocablos auctoritas y potestas constituyeron la piedra angular sobre la que se asentaba el funcionamiento de la civilización romana. La tradición romana define a potestas como una fuerza que emana de la legitimidad otorgada por la sociedad civil y la auctoritas como la distinción de determinadas personas basada en una serie de características morales e intelectuales que las destacan del resto. La película Gladiator muestra perfectamente estas dos maneras de ejercer la autoridad y el poder. Al término de una pelea desigual, Cómodo y Máximo –emperador y gladiador, respectivamente– caen muertos en la arena del Coliseo romano. Tras la pública reivindicación de Máximo como leal general romano de Marco Aurelio, su cuerpo fue levantado por el senador Graco con la ayuda de la guardia romana, mientras que el cadáver del emperador queda abandonado en el suelo del Coliseo romano.
En estos días donde las noticias en España se amontonan sobre muchas materias que son parte fundamental de nuestras conversaciones, en donde los titulares de los medios de comunicación destacan numerosos asuntos en los que la preocupación social va en aumento (perspectivas económicas, casos de corrupción, desempleo, consecuencias indeseables de leyes mal formuladas, etc.), se echa en falta autoridad, confianza y visión. La guerra en Ucrania no vislumbra un final, la inflación está sin control, los precios de la luz, del gas y la gasolina mantienen niveles muy preocupantes, y los bienes básicos de la cesta de la compra están disparados. Ante este panorama, se hecha en falta una clase política dirigente más preparada, con mayor capacidad de gestionar los graves asuntos pendientes presentes y futuros.
Ya en la Roma clásica existían tres maneras de diferentes de interpretar el poder: imperium, auctoritas y potestas. Mientras que el primero era un poder absoluto ejercido fundamentalmente por cónsules, si me parece muy importante hablar de los otros dos: la “potestas” era el poder político que imponía sus decisiones mediante la coacción y la fuerza y que devenía del cargo ostentado. Por el contrario, la “auctoritas”, era más un poder moral que se basaba en el reconocimiento y prestigio de una persona; es decir, a priori no era un poder vinculante, pero sí socialmente reconocido e influyente. La “auctoritas” era una forma de legitimación social que procedía del saber, de la valía, una capacidad moral para emitir opiniones cualificadas que eran valoradas por la comunidad.
Vivimos una etapa histórica caracterizada por la crisis social, económica y de valores. Los países que acudan a verdaderos líderes (“auctoritas”) y den la espalda a “potestas” (gobernantes politizados y autoritarios), serán los que saldrán mejor y más reforzados de esta situación. Por desgracia, abunda la ausencia de liderazgo y se recurre con frecuencia al "ordeno y mando”. Su “potestas” viene de la jerarquía, pero ahora se necesitan dirigentes merecedores de respeto y admiración.
Esta situación no se soluciona poniendo la ideología partidista y la polarización de la sociedad como ejes de una acción de gobierno. Es necesario recuperar el espíritu de la Transición, remar todos en la misma dirección y dejar a un lado la confrontación política permanente. En su libro “En busca de respuestas”, el ex Presidente del Gobierno de España, Felipe González, menciona la importancia del liderazgo basado en el “auctoritas” más que en el “potestas”.
En necesario, pues, tomando como referencia a Aristóteles, recuperar los elementos clásicos que deben tener los gobernantes que lideran nuestro futuro común: en primer lugar, el “ethos”, es decir, la credibilidad, el conocimiento, la actitud y el carisma, que empatice con los ciudadanos. En segundo lugar, el "pathos", que se refiere a la efectividad de las palabras, es decir, a la capacidad que éstas tienen para provocar emociones y pensamientos entre los ciudadanos. El gobernante debe comunicar de forma memorable, para así llegar a convencer. Para ello será primordial, la honestidad, decir la verdad, ser vulnerable y cercano, conectar con las personas. En tercer lugar, el "logos", son los elementos que aportan veracidad a los argumentos. Para no caer en la charlatanería, se necesitan datos para aportar fiabilidad y rigor que respalde lo que se dice y hace. Por tanto, credibilidad, honestidad y fiabilidad.
Es el momento de recuperar y fomentar el “auctoritas” para España. La autoridad debe ser consecuencia del saber, de la experiencia, de la competencia, del ejemplo que guía y convence, al servicio del bien general de España. La sociedad demanda equilibrios, acuerdos, mutuas concesiones, una tarea ardua pero necesaria. Para ello es preciso que las instituciones y sus gobernantes actúen desde la mesura, la tolerancia, la verdad y el bien común, con "auctoritas".