"En las adversidades sale a la luz la virtud"
Aristóteles
La enorme rapidez con que la empresa y la política española evolucionan evita en muchas ocasiones detenerse a valorar elementos de gran importancia para aquellas personas que aspiran o ejercen funciones de una alta responsabilidad. La integridad del político y la competencia del directivo pasan a situarse en los factores que mayor importancia deberán tener en el futuro.
Actualmente las competencias son identificadas como el medio para perfeccionar las habilidades que permitan un mejor desempeño, e integra un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes para realizar una actividad determinada, mientras que las virtudes designan cualidades buenas, firmes y estables de la persona, que las preparan a ser capaces de enfrentarse a la vida con un proyecto personal, con madurez, con ideales, y les disponen a conocer mejor la verdad y a realizar acciones excelentes para alcanzar su plenitud humana. Existen virtudes intelectuales (vinculadas a la inteligencia, ciencia, sabiduría, arte y prudencia) y virtudes morales (relacionadas con el bien: justicia, fortaleza y templanza).
Pues bien, el debate actual sobre lo que hacen las organizaciones para favorecer el desarrollo profesional y personal de su capital humano, así como lo que la política hace por la ciudadanía, debería enfatizar y poner el foco en estos dos conceptos tan determinantes: la competencia y la virtud.
La cuestión de fondo es si es posible, en una sociedad como la española, moderna y diversa, que se exija para sus responsables la exigencia de una doble perspectiva basada en las competencias directivas y en las fortalezas humanas. Desde la psicología positiva y la antropología filosófica, el objetivo sería analizar cómo las competencias pueden ser elevadas a un nivel que permita al directivo y político cumplir de manera simultánea un desarrollo técnico y moral que impacte en su propia persona, y a la vez que contribuya al progreso de la empresa y la sociedad mediante el crecimiento y el desarrollo de las personas que las integran.
La función directiva en las empresas y la responsabilidad política en la sociedad son funciones de gobierno que exigen, de quienes la ejercen, la capacidad para gobernar, y aquello que se gobierna es, fundamentalmente, personas. En este sentido, la tarea de dirigir lleva consigo la habilidad para coordinar, orientar, encauzar esfuerzos y resolver conflictos en el trabajo de quienes desempeñan las diversas tareas en la empresa hacia el logro de unos objetivos compartidos que la organización se ha propuesto alcanzar. Por otro lado, el político trata de tener como base una clara orientación a las personas: cuáles son sus prioridades y necesidades, qué preocupa a la ciudadanía y qué políticas se pueden llevar a cabo para ayudar a las personas a solucionar o minimizar sus problemas. Y para ello se requiere que el directivo o el político, además de contar con una serie de habilidades técnicas, desarrolle las virtudes que le proporcionan la solidez y el carácter requeridos. Estamos ante una combinación de elementos que urgentemente se requieren para una sociedad y una empresa necesitadas de ejemplo y sensatez, de valor y propósito.
La aspiración de todo ser humano es alcanzar la plenitud de vida y el camino trazado por Aristóteles para este fin radica en un equilibrio entre la inteligencia y la voluntad mediante la práctica de las virtudes. El ejercicio de la dirección es para el directivo un hábitat natural para conseguir este propósito. El directivo requiere de habilidades técnicas para poder cumplir con su responsabilidad; esas que se denominan las competencias directivas. Pero necesita también velar por su crecimiento personal y el de sus dirigidos, que se logra con el ejercicio de las virtudes. Porque su trabajo consiste no sólo en un hacer mejor, sino en ser más y mejor persona. La cuestión está en que las acciones del ser humano tienen repercusiones no solo externas, sino que le afectan también interiormente.
En definitiva, se necesitan directivos competentes y políticos que practiquen la virtud, que sus actos y acciones convertidos en hábitos, les predispongan adecuadamente para el cumplimiento del bien. Santo Tomás de Aquino llamaba a estos hábitos virtudes y el management actual llama competencias a esos comportamientos observables capaces de generar en la empresa resultados excelentes.