"Cuanto mayores niveles de complejidad organizativa y funcional alcanza el sistema económico-financiero mundial, tanto más prioritaria se presenta la tarea de regular dichos procesos, orientándolos a la consecución del bien común de la familia humana"
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
En plena campaña electoral, cuando lo peor de la crisis se ha superado (los datos del primer trimestre de 2016 ofrecen tasas de crecimiento económico del 3,4%, que mantienen la senda claramente expansiva de la economía española iniciada en 2014 y confirmada en 2015, con una alza del PIB del 3,2%), es oportuno reflexionar y contribuir de forma constructiva al debate de ideas. Un debate que en esta ocasión lo centraré en torno al modelo económico que necesita España para hacer frente a importantes retos a corto, medio y largo plazo.
Lo cierto es que los grandes modelos económicos imperantes, el socialismo y el capitalismo, han tenido a lo largo de décadas, numerosos ejemplos, aplicados por los diferentes gobiernos en diferentes países, de éxitos y fracasos. Ambos modelos aportan elementos que lo hacen atractivo para ser defendido por grandes colectivos sociales como el más adecuado para garantizar un mayor bienestar a la sociedad. Efectivamente, y se puede ver en el contexto actual de incertidumbre política, la economía es el núcleo central de las diferentes opciones políticas, puesto que desde la política se define como se ha de crear y repartir la riqueza generada por el trabajo. Simplificando se puede decir que el capitalismo se centra en la creación de riqueza, mientras que el socialismo se ha centrado históricamente en su reparto. Es decir, el crecimiento económico se convierte en el foco de atención sobre el que se articula todo el esfuerzo político.
Inmersos en el siglo XXI, parecen superados antagonismos de antaño, por lo que resulta determinante poner el foco en la capacidad de crear, de crecer, de generar riqueza, que sirva de base para aplicar una política social que compense desigualdades y desequilibrios. Si algo se ha aprendido con la crisis económica sufrida, tan grave, profunda y larga, es que el Estado del Bienestar construido a lo largo de décadas necesita recursos para garantizar una financiación adecuada a los servicios públicos demandados por unos ciudadanos cada vez más exigentes, en términos de calidad y transparencia. Esta premisa hace que las opciones de política económica deban tener como objetivo la capacidad de crecimiento económico, lo que implica poner en valor una estrategia de fomento de los emprendedores y la iniciativa empresarial. Si como ciudadanos queremos un Estado del Bienestar que garantice unos servicios sociales de calidad, es preciso generar ingresos públicos suficientes. O dicho de otra forma, si queremos repartir riqueza, antes hay que crearla, para lo cual una estrategia fundamental pasa por reconocer, incentivar y premiar el esfuerzo de los emprendedores como creadores de riqueza.
En un momento decisivo para la política española, la economía debe apostar por opciones claras y seguras, minimizar incertidumbres que frenen inversiones y, por tanto, crecimiento económico. Los riesgos de ser vulnerable a la desaceleración de la economía mundial son importantes, por lo que cobra especial importancia tener las tareas internas y propias bien hechas. Necesitamos crecer porque necesitamos repartir.
Inmersos en el siglo XXI, parecen superados antagonismos de antaño, por lo que resulta determinante poner el foco en la capacidad de crear, de crecer, de generar riqueza, que sirva de base para aplicar una política social que compense desigualdades y desequilibrios. Si algo se ha aprendido con la crisis económica sufrida, tan grave, profunda y larga, es que el Estado del Bienestar construido a lo largo de décadas necesita recursos para garantizar una financiación adecuada a los servicios públicos demandados por unos ciudadanos cada vez más exigentes, en términos de calidad y transparencia. Esta premisa hace que las opciones de política económica deban tener como objetivo la capacidad de crecimiento económico, lo que implica poner en valor una estrategia de fomento de los emprendedores y la iniciativa empresarial. Si como ciudadanos queremos un Estado del Bienestar que garantice unos servicios sociales de calidad, es preciso generar ingresos públicos suficientes. O dicho de otra forma, si queremos repartir riqueza, antes hay que crearla, para lo cual una estrategia fundamental pasa por reconocer, incentivar y premiar el esfuerzo de los emprendedores como creadores de riqueza.
En un momento decisivo para la política española, la economía debe apostar por opciones claras y seguras, minimizar incertidumbres que frenen inversiones y, por tanto, crecimiento económico. Los riesgos de ser vulnerable a la desaceleración de la economía mundial son importantes, por lo que cobra especial importancia tener las tareas internas y propias bien hechas. Necesitamos crecer porque necesitamos repartir.