Si hay un tema
que disfruto especialmente cuando lo explico a mis alumnos de Dirección de
Recursos Humanos y Habilidades de Dirección, ese es el de la motivación. Hablando de personas, de
sus competencias, de sus habilidades, referirse a la motivación es acercarnos a
lo que las mueve. Por tanto, es un tema capital. Me gusta referirme a la motivación
como la fuerza interior que determina en las personas la
necesidad latente de mostrar un comportamiento dirigido hacia la consecución de
sus objetivos.
Hay quien
acertadamente relaciona la motivación
con la vocación. Yo participo de esta relación. Tener una vocación significa descubrir que la vida tiene un significado. Una
vocación da una dirección a la vida, una energía poderosa para extender la mano
a los nuevos horizontes. Significa que nosotros nos motivamos totalmente;
nosotros tenemos una razón para ser lo que somos, y haciendo lo que hacemos con
la alegría, el optimismo y la convicción de que somos valiosos.
Recuerdo las muy
oportunas palabras que el Papa Benedicto
XVI dice que su Encíclica Spe Salvi
“el
presente aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva
hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan
grande que justifique el esfuerzo del camino”. El Papa nos da a
entender que a pesar de las dificultades, es necesario tener una meta, y si esa
meta es lo suficientemente grande, justificará el esfuerzo. Aparecen los elementos fundamentales en el proceso
motivacional de las personas: esfuerzo personal, una meta u objetivo y una
necesidad o carencia que nos mueve a actuar.
Por tanto, nos
podemos plantear la siguiente pregunta: ¿Qué
es lo que nos mueve a las personas a luchar en la vida?
En primer
lugar tenemos la motivación que viene de fuera, la comúnmente llamada motivación extrínseca; esta motivación,
como su propio nombre nos indica, nos viene de factores externos a nosotros. El afecto o la
seguridad que se nos da cuando crecemos son ejemplos de motivación extrínseca,
como también lo es el trabajo que realizamos, el dinero que recibimos de la
empresa y que nos incentiva a trabajar.
La motivación intrínseca es aquella por la
que nosotros mismos nos esforzamos y nos ponemos nuestras metas. Todos tenemos
muchos ejemplos propios o cercanos en los que la motivación intrínseca ha sido
protagonista: el estudiante que justifica sus buenos resultados académicos con
la cantidad de esfuerzo que le ha puesto, y no con la suerte o con factores
externos, el trabajador que es cumplidor, riguroso en su trabajo, leal con la
empresa, colaborador con los compañeros, el padre de familia que necesita sacar
adelante a sus hijos, el trabajador que desea alcanzar un desarrollo personal y
profesional.
Por último, es
la motivación que suele pasar inadvertida, ya que no es habitual mencionarla, me
refiero a la motivación trascendente.
Esta motivación no es para nosotros, sino para los demás. Las personas que viven
con esta motivación como filosofía viven para ayudar a los demás, en el día a
día, dedicando lo mejor de sí en sus obligaciones y responsabilidades. La motivación
trascendente viene a ser aquel impulso que mueve a las personas a actuar por
las consecuencias de sus acciones para otras personas. O, dicho de otra forma,
que les impulsa a actuar para servir a los otros. Lo que diferencia a esta
motivación es que las necesidades que la acción busca satisfacer son necesidades
de personas distintas de aquella que realiza la acción. A esta motivación nos
referimos frecuentemente cuando hablamos de generosidad o espíritu de servicio. Esta motivación recoge el hecho
de que un ser humano no es indiferente a las necesidades o las satisfacciones de los otros seres humanos.
Contrariamente a lo que se pueda pensar de una sociedad aparentemente tan
volcada al egoísmo, lo cierto es que la motivación trascendente es una fuerza de bastante intensidad dentro de
los seres humanos. Otra cuestión será que la sociedad la tenga adormecida ¿Será
algo pretendido? Muchas veces necesitamos que nos “despierten”, necesitamos
modelos, necesitamos ejemplos que seguir.
Estos tres
tipos de motivación se pueden relacionar por el horizonte temporal por el que
se ven afectados. A saber, la motivación
extrínseca se relaciona con el corto
plazo, si conseguimos ese merecido aumento de sueldo que llevamos tiempo
negociando o esperando, pero una vez conseguido sus efectos motivadores se
desvanecen en poco tiempo, la motivación
intrínseca se vincula mejor con el medio
plazo, ese objetivo que nos hemos planteado conseguir, como por ejemplo, el
nombramiento de una jefatura de departamento largamente trabajada, terminar la
carrera universitaria, etc. Finalmente,
la motivación trascendente se
relaciona con el largo plazo, pues
sólo las cosas verdaderamente importantes, las que prestamos atención a los
susurros de nuestra alma, son las que nos hace movilizarlos en
un horizonte largo, las que nos hace dirigirnos hacia comportamientos menos
egoístas y por tanto, nos hace tomar conciencia de lo que somos, permitiendo
no solo mejorar nuestro entorno personal y laboral, sino transformarlo. Esta motivación
trascendente nos hace recorrer caminos para abordar la vida y el trabajo
desde la generosidad, la confianza, la actitud de servicio y que nos hace
conquistadores de grandes proyectos.
En pleno
contexto económico influido por una brutal ola de pesimismo, son más necesarias
que nunca fuerzas interiores que huyan del egoísmo rampante que todo lo invade.
Son necesarias actitudes valientes que apuesten por la generosidad como un
valor necesario en una sociedad deseosa de nuevos valores. Cuando la “meta es
tan grande que justifique el esfuerzo”, la motivación trascendente debe ser un
elemento necesario en las personas para hacer frente a un escenario económico
tan difícil, “un presente fatigoso” como el actual, pero al que las personas
tenemos el deber de hacerle frente adecuadamente, y la motivación
trascendente, será un valioso aliado.